Natascha Kampusch tan sólo tenía diez (10) años, cuando iba a pie camino a su colegio al norte de Viena el 02 de marzo de 1998, luego de haber discutido con su madre. A pocas cuadradas del aula de clase, en la calle divisó a la distancia a un hombre parado al lado de una furgoneta blanca, su intuición le recomendó cruzar la calle y alejarse, pero su humor descompuesto por la disputa familiar mañanera hizo que desoyera a su instinto y avanzó en dirección a un destino funesto.
Natascha entraría a ser protagonista de uno de los secuestros más abominables de la historia del crimen, que le llevó a permanecer en cautiverio por 3096 días, para finalmente conseguir escapar a los dieciocho (18) años de edad, el 23 de agosto de 2006.
Era una tarde de sábado lluviosa, sin embargo, me animé a visitar la feria del libro. Mi optimismo me llevó a pensar que pronto escamparía y dejé el paraguas, pero el clima se empeñó en llevarme la contraria y el aguacero arreció, me vi obligado a quedarme dentro de un “stand” de libros usados, tratando que el río de agua bajo mis zapatos no llegara a mis medias todavía secas; mientras cumplía con ese propósito, ojeaba libros hasta que me encontré con un reportaje de Allan Hall y Michael Leidig titulado “La Chica del Sótano – La Historia de Natascha Kampusch”, de Editorial Océano, de Barcelona, España.
Al recorrer algunas páginas del libro me cautivó la historia; el aspecto inofensivo del secuestrador; el carácter que transmitía en la mirada Natascha en los carteles que imprimieron sus padres para encontrarla; la investigación policial y el suceso mediático en Austria, pero la reflexión más profunda derivó de la siguiente interrogante: ¿Cómo una niña de tan solo diez (10) años de edad puede sacar recursos espirituales para soportar un tormentoso secuestro en un sótano de 278 centímetros de largo por 181 centímetros de ancho?
Wolfgang Priklopil era un técnico en electrónica y comunicaciones que había trabajado en la empresa Siemens, introvertido, maniático de la limpieza, profesaba un amor inconmensurable por su BMW deportivo rojo y una marcada sujeción a la mirada de su madre, nunca llevó buenas relaciones con la mujeres, era un tipo que pasaba inadvertido, de formas educadas, sin llegar a ser buen conversador.
Wolfgang utilizó su preparación técnica para construir por sus propios medios una especie de catacumba del Siglo XX, la cual estaba sellada por una pesada puerta de concreto de ciento cincuenta (150) kilogramos de peso, por la que sólo se pasa gateando, la reducida habitación contó con un sistema de ventilación para garantizar que la víctima no se sofocara, inodoro y luces que se encendían y apagaban con un temporizador. La casa tenía instalada un moderno -para la época- sistema de persianas eléctricas, cámaras de vigilancia y alarma contra intrusos.
Una vez descubierto su macabro plan con la huida de la joven, Wolfgang Priklopil optó por acabar con su vida y se lanzó a las vías de un tren, para ser descuartizado al paso del vagón.
A Natascha no se le permitió salir por los primeros seis (6) meses de esta recámara bajo tierra, luego logró subir a la casa como ayudante en las labores de limpieza frenética, en las cuales no podía dejar marcas de sus huellas digitales en los vidrios de mesa o copas, que eran supervisadas de manera vehemente por el secuestrador, también se le permitía ducharse, siempre bajo la amenaza de que cualquier intento de escape acabaría con su vida y la vida de las personas que intentaran ayudarla.
Resulta importante puntualizar que Natascha tenía que convivir con una idea aterradora y es que si Priklopil sufría cualquier accidente en la calle, ella moriría abandonada en aquel cuarto subterráneo, cada vez que él salía de la casa el corazón de la niña se agitaba, de tan sólo pensar que su secuestrador podría ser víctima de un accidente de tránsito que lo llevara a ser recluido en un hospital o que sufriera un ataque cardíaco, en estos casos su vida habría terminado y su sufrimiento habría sido absolutamente innecesario.
La niña poco a poco comenzó a recomponerse, el recuerdo de los fines de semana con su padre de vacaciones en Hungría, un panadero con muchos amigos que lo apreciaban y que quería de forma entrañable a su hija, su madre que, a pesar de ser una mujer un poco amargada y dada a los amoríos, incuestionablemente amaba a su hija. Los recuerdos de la familia de la niña permanecieron inscritos en su corazón. Natascha comenzó a cultivarse tenía acceso a la radio y su captor le permitía tomar y leer libros de su biblioteca, en una de las fotos captadas dentro de su minúscula prisión en la parte central se observa un inodoro y un pequeño escritorio donde están apilados unos veinte (20) libros.
En las entrevistas ofrecidas luego de su escape la joven se mostraba con un vocabulario florido y con una excelente capacidad de descripción, en un pasaje de una entrevista le preguntaron: ¿Cómo hizo para sobrevivir al secuestro? y respondió: “lo perdoné en el cautiverio, porque de lo contrario el sentimiento de rabia e impotencia hubiera acabado conmigo.”
A uno de los psicólogos que atendió a Natascha le preguntaron: ¿Quién es más fuerte Natascha o su secuestrador? a lo que el médico respondió: ¿Dígame usted quien está hoy con vida y obtendrá su respuesta?
Si bien es cierto que la gente que conoció a Natascha antes del secuestro la describieron como una niña vivaz, inteligente y cargada de energía, esta experiencia nos demuestra que las capacidades espirituales son innatas en el ser humano, que todos somos potencialmente aptos para imaginar, ilusionarnos y construir un mundo propio hasta en las condiciones más complejas de la vida.
En una primera aproximación pensé que una niña indefensa no tendría los recursos para afrontar una calamidad como la sufrida por Natascha, de inmediato recordamos aquel llamado de atención acerca de las posibilidades de la libertad humana anunciadas por Dostoyevsky “Si Dios no existe, todo está permitido”, en su obra “Los Hermanos Karamazov”.
Pero después me dije que precisamente la inocencia de Natascha, resultó ser la clave para fundar su capacidad espiritual, el tener la página en blanco, le permitió apoyarse en el recuerdo del amor por su familia, siempre presente en el fondo de su corazón; reconocer que existía una vida fuera de la catatumba, que proseguía y que quería de alguna manera aprehender a través de su potencia espiritual, unidas a la lectura y al acceso a los medios de comunicación y, por último, la capacidad de perdón que le hizo sobrellevar el día a día, e incluso, llegó a ver al propio secuestrador como víctima de la misma circunstancia, dos seres humanos atrapados en una rutina asfixiante, condenados mutuamente a sobrellevarse.
Tal vez una persona ya formada y con estructuras rígidas le hubiese sido imposible ostentar la flexibilidad en su espíritu para amoldarse a una circunstancia como la vivida por Natascha Kampusch.
Contradictoriamente, en nuestros hogares en muchos casos, los elementos para la formación del espíritu son obviados en la formación de los niños: el conocimiento como técnica en lugar de la lectura como una aventura, la tecnología como medio de aceptación social, en lugar de la poesía, la obtención de bienes como la clave para el éxito, por encima la música y la supremacía a toda costa de la vanidad y el ego, en lugar de profesar una religión sentida.
Olvidamos y hasta despreciamos que las únicas capacidades que permiten al ser humano atravesar y superar la adversidad no provienen de elementos materiales ni causales, sino que sólo pueden dimanar del encuentro del ser humano con sus potencias espirituales.
Nuestra sociedad posmoderna solo se afana por dejar a los descendientes la mayor cantidad de bienes que se puedan adquirir en una vida de trabajo, pensamos que sólo eso puede preservar del dolor a nuestros hijos y se nos escapa de las manos la posibilidad infinita de cultivar el espíritu para que puedan enfrentar los retos verdaderamente trascendentales de la existencia, a través de la capacidad de perdonar, de imaginar y de crear para otorgarse la realidad que más satisfaga los anhelos más profundos de un alma que vino al mundo a construir y no para padecer por su circunstancia.
Un día Wolfgang le pide a Natascha que le ayude a limpiar su BMW deportivo, en aquel momento el secuestrador había acondicionado un apartamento para entregarlo en alquiler, en otra parte de la ciudad, incluso había llevado a Natascha para que lo ayudara en las labores de renovación del inmueble, de imprevisto recibe una llamada en su teléfono celular, un potencial inquilino había leído el anuncio que describía el apartamento, Natascha -según comentó después- siempre supo que iba a escapar, pero no lo tenía planeado, su secuestrador limitaba las raciones de comida para que no tuviera mucha energía dado el reducido espacio en el que estaba confinada, la joven cuando escuchó que Priklopil se extendía en los detalles y mejoras que ostentaba su apartamento, supo que el momento había llegado, comenzó a correr por el patio de la casa, hasta salir a la vereda y avanzar varias cuadras en el sector, sus piernas debilitadas por el encierro y el tono pálido casi enfermizo de su piel delataban su circunstancia, una señora dentro de una casa atendió el pedido de auxilio de la joven y llamó a la policía. Natascha tomó el control de la situación y pidió una manta para cubrirse al momento de ser sacada de la casa, sabía la locura mediática que despertaría, pero desde este punto en adelante ella y sólo ella tendría el control de su vida.
La mayoría de los lectores de este artículo jamás pasarán en sus vidas por una experiencia tan desafiante como la sufrida por Natascha Kampusch, sin embargo, en nuestro país Venezuela una camarilla de burócratas, con ideas obsoletas y metas totalmente ajenas a la naturaleza humana, pretende sumirnos en un sótano oscuro de la desesperanza, la tragedia y la imposibilidad de justificar racionalmente la angustia y el desastre que nos rodea cada vez que salimos a la calle. Al igual que esta jovencita sobreviviente en las circunstancias más adversas de la vida, los venezolanos debemos mantener la capacidad de ilusionarnos con un futuro mejor, porque los jóvenes que nacen en este suelo se merecen un destino de oportunidades en su país. Tenemos que sacar arrestos de nuestras capacidades espirituales más sentidas, para perseverar en la lucha desde nuestro propio entorno, el éxito de de los políticos socialistas trasnochados depende de inocular la desesperanza y la tragedia como forma de vida de los que ya no creen en nada, ni en nadie.
Por el contrario, tenemos la obligación de elevar nuestras capacidades espirituales en el espacio más reducido y limitante que nos haya sido conferido, como le sucedió a la chica del sótano, para que a partir de ese núcleo fundar no solamente nuestras vidas, sino regalarle a las generaciones que están creciendo, la posibilidad de desarrollarse en un país, abierto a la tolerancia como valor capital de la posmodernidad, y que cada uno de los venezolanos recuperemos la capacidad de ser soñadores fulgurantes, resueltos e incansables, como siempre lo hemos sido.
@piedraconaletas
El Secuestro de la Inocencia