Libertad del Espíritu

Mucho se habla del concepto de libertad y en los discursos de líderes percibimos esta palabra aparejada a derechos sociales y políticos -Los Derechos Humanos-, como manifestación de lo racional.
Somos libres para votar al cargo de presidente de la nación, libres para expresar ideas y para no ser detenidos sin el concurso de una orden judicial previa. Pero, ¿encierran todas estas frases trilladas y repetidas el sentido de la libertad para lo humano?… entendido como aquella libertad estimulante y vívida que exalta las potencias del espíritu y anima a la voluntad a actuar.
Muchos intuimos que no es así y que se abre un abismo entre la libertad institucional, como postulados de derechos políticos y democráticos y la libertad para conseguir la expansión del espíritu. Esta última noción de libertad -para el espíritu- es el propósito de estas líneas.
Abrazar una idea de libertad más acorde con el sentimiento que conmueve al ser humano.
Para abordar el concepto de libertad desde el ángulo de las potencias espirituales, es necesario recurrir a las tres (3) categorías para clasificar u ordenar los fenómenos que acaecen en la realidad, que elaboró el filósofo estadounidense Charles Sanders Pierce.
Me permitiré realizar una breve explicación de este pensador. Pierce estatuye tres (3) categorías para los fenómenos en la realidad, a saber: Primeridad, Segundidad y Terceridad.
En la Primeridad hacemos contacto con un evento sublime que se nos presenta arrollador, desgarrador e interiorizamos algo sin lograr descifrar de qué se trata, nos es complicado traducirlo en un concepto. asimilamos el acontecimiento como una experiencia excepcional, que nos moviliza las fibras íntimas y cuando alguien nos pide una descripción de lo vivido, nos vemos forzados a responder: «no tengo palabras para expresarlo”.
En la Primeridad los ojos se inundan de lagrimas, el pecho se agita y sabemos que vivimos un instante extraordinario, sin poder relatarlo. Porque es muy difícil encerrarlo en una definición. En palabras de Soren Kierkeegard es como si la realidad se enamorase de nosotros. Una suerte de conspiración perfecta.
Cuando participamos en la Primeridad el evento nos resulta inconmensurable, nos sobrepasa y nos deja encandilados por la experiencia.
Peirce realiza la siguiente advertencia en cuanto a la inteligibilidad de la Primeridad: «sólo recordad que cada descripción de ella debe resultar falsa para ella».
En la Segundidad, la cosa es más sencilla, ya que reconocemos la presencia de un obstáculo y aplicamos la fuerza para superarlo. No es más que la toma de conciencia del sujeto frente al objeto, se traza un objetivo para alcanzar un fin, administrar medios y vencer el obstáculo para procurar la meta.
En la Segundidad, se intelectualiza la causa y el efecto, el ensayo y el error. Es la experiencia práctica en la interacción del sujeto con el objeto, del sujeto con su mundo circundante.
La Terceridad no es más que el ámbito de la ley, según el cual cada vez que ocurre el hecho “a», se da como consecuencia el hecho ‘»b». Si calentamos el agua hasta alcanzar la temperatura de cien grados centígrados -hecho “a»-, el agua hierve y se evapora -hecho “b”-. A través de la ley afirmamos un hábito, fijamos un modelo de conducta y estructuramos la realidad como un edificio de conceptos, tradiciones y costumbres.
Nos podemos preguntar: ¿A qué viene la perorata de las categorías de Pierce cuando hablamos de la libertad como potencia espiritual?
Pasamos a hacer la conexión de Pierce con la libertad espiritual de la manera siguiente:
“La libertad sólo es posible en la categoría pierciena de Primeridad. La libertad del espíritu no es factible en la Segundidad, ni mucho menos en la Terceridad. La Segundidad y la Terceridad se hallan fuera del acontecimiento espiritual tenido como evento sublime que nos transporta y nos revitaliza para la acción.
Sólo en la Primeridad nos hallamos ante la posibilidad de alcanzar la libertad para el espíritu.
Pierce define la espontaneidad que informa a la mente en la Primeridad, así:
«La mente no está sujeta a la «ley» en el mismo sentido rígido en que lo está la materia (…) siempre permanece una cierta cantidad de espontaneidad arbitraria en su acción, sin la cual estaría muerta».
Esta espontaneidad es típica del proceso creativo.
El problema surge cuando la Civilización Occidental a partir de Sócrates y Platón, recordemos que éste último expulsa de su República a los poetas, antepusieron la lógica, entendida como la verdad deducida o derivada del ejercicio del pensamiento racional a la estética y con ello se extravió la Cultura Occidental.
El sendero iniciado por la Filosofía Griega del culto absoluto a la ración, llega a su cenit con Kant y su imperativo categórico, según el cual una máxima universal -buena en todo lugar y momento- debe determinar a cada instante nuestra conducta.
Con lo anterior -la aplicación de la razón como fin y no como medio-, aniquilamos la propensión o la creación de las circunstancias adecuadas para un evento de la experiencia, en condiciones de Primeridad, es decir, en condiciones de libertad como potencia espiritual.
Nuestra Cultura Occidental colocó en primer orden a la lógica como la determinante de la acción humana y tanto la ética -lo bueno y lo malo-, como la estética -lo admirable sin razón ulterior- están por debajo de ella.
La sentencia griega “par excellence” «piensa bien y vivirás bien”, colocó la lógica en la cúspide de los valores en nuestra Cultura, con ello registramos el mayor descalabro para la existencia humana, toda vez que el peso del pensamiento lógico nos asfixia y creó el estado de desazón espiritual posmoderno denunciado por Nietzsche como “nihilismo”.
En palabras del filósofo alemán: «Un hombre nihilista es aquel que considera que el mundo que es, no debiera ser , y que el mundo que debiera ser no existe. De acuerdo a este punto de vista, nuestra existencia (acción, sufrimiento, voluntad, sentimiento) no tiene sentido». (Voluntad de Poder).
El fundamento de nuestra cultura está invertido, hemos colocado los caballos delante del carruaje. Porque la única posibilidad de salida espiritual para la humanidad en el ejercicio de la libertad, es admitir la supremacía de la estética como el fundamento para potenciar el espíritu del ser humano.
Sólo en la experiencia estética somos entes libres, por ende en la Primeridad está la libertad como potencia espiritual. De allí que la estética -lo admirable sin razón ulterior- está por encima de la ética -lo bueno y lo malo- y la lógica -utilidad y la autopreservación-.
En palabras de Sara Barrena en su interpretación del pensamiento de Pierce: «La estética aparece por tanto como fundamento de las otras dos ciencias normativas. En primer lugar, la ética depende esencialmente de la estética porque no podemos saber cómo estamos preparados para comportarnos deliberadamente hasta que no sepamos lo que deliberadamente admiramos».
Si admitimos que en la existencia se cumple el “Mito de Sísifo” y cada vez que empujamos la roca por la cuesta de la colina hasta la cima, la roca rueda hasta la ladera y el pobre Sísifo debe volver a empujarla. Albert Camus reafirmó nuestra condición existencial con su frase: «vivir es resistir”.
Necesariamente, la supremacía de la estética es lo único que puede llevar al espíritu humano a empujar, una y otra vez, la roca colina arriba. A resistir -Camus- por encima de las circunstancias y a perseverar en nuestro espíritu, como expresión creativa de lo que es sublime para nosotros.
Sólo esto justificaría la conducta del cabo alemán Anton Schmid, quien por desacato a las órdenes de su general y de todo el régimen Nazi, fue fusilado el 13 de abril de 1942, cuando se descubrió la ayuda que prestó a los judíos en un bosque de los territorios ocupados de Lituania.
El escritor Simón Wiesenthal ha reproducido declaraciones de judíos de Vilna en las que se refirieron al cabo Anton Schmid como sigue: “Bajo un riesgo absoluto entraba en el ghetto para llevar alimentos a los hambrientos judíos. En sus bolsillos escondía mamaderas con leche para los bebés. El sabía que en los bosques había judíos escondidos y se preocupó por hacerles llegar alimentos y medicamentos así también como armas de la Wehrmacht para que defendieran sus vidas. Hasta prestó su casa para refugiar a perseguidos.”
Ni la ética por sí sola como un decálogo de fines buenos, ni la lógica entendida como un precioso razonamiento deductivo, pueden conferir por sí mismas propuestas al espíritu humano. Sólo la estética puede llenar la función de otorgar fines espirituales últimos a la existencia, como ocurrió con el cabo alemán que auxilió a los judíos.
La estética fija el punto en el horizonte para trazar la meta del espíritu, el ejercicio de la «libertad primera» o libertad en la Primeridad.
Como vemos, lo expuesto nada tiene nada que ver con el andamiaje de estructuras pensadas desde la política para extender el dominio racional sobre la vida y el espíritu de los seres humanos.
Concluimos con William James: «La libertad de creer solo puede abarcar opciones vivas que el intelecto de un individuo por sí solo no puede resolver y las opciones vivas nunca le parecen absurdas a quien las debe considerar.»
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@piedraconaletas

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